De la sabiduría de las plantas

Mientras publicaba una foto de mi más reciente corte de cabello, pensaba que yo me rapo cuando la vida se me ha vuelto pesada. Hace varias semanas, en el Carelibro me salió un recuerdo fotográfico de un año atrás. Me veía sonriente, brillante, y reluciente. Un año después me habitaban la tristeza y la rabia y me veía opaca, con una luz a media marcha y baja intensidad. Raparme fue tratar de sacudirme esas emociones que me han ralentizado el andar, que me han generado tensiones innecesarias en mi hogar y con quienes me aman.

A pesar de ese sacudón, persiste un desazón que me corre por las venas. Es una incomodidad, un nosequé, un nosecómo, que está ahí latente. Ya al menos no está explosivo, rabioso o triste. No sé si es la preocupación que tengo por mi salud, por mi presente laboral o por todas las injusticias y desprecios laborales que he tenido que aceptar con resignación.

Poco a poco la pita se desenreda y lo único que puedo hacer es esperar y hacer todo lo que me recomiendan. Estos días he apelado a la medicina tradicional indígena. Yo, una atea, creyendo en el poder sanador y espiritual de las plantas. «Póngale fe», me dijo mi mamá. No sé si sirva para algo, pero es un camino que se me abrió -gracias a una vecina de mi barrio que es mujer indígena y que no me vio bien-, que estoy recorriendo y que decido creer que para algo servirá. Así sea sólo para quedar oliendo distinto, aunque no me guste bañarme en las noches y quede temblando como un pollo mojado por el frío.

Tengo claro mi propósito, pero no sé cómo llegar ahí. Los caminos conocidos ya están agotados. Tampoco puedo planear demasiado. Mi salud me obligará a entrar a un estado de quietud absoluta. Es probable que ese tiempo coincida con mi celebración favorita de la vida: mi cumpleaños. Le había alcanzado a proponer al señor D. que si no se definía mi salud, de celebración nos fuéramos de vacaciones a uno de mi top 3 de destinos pendientes por conocer en Colombia: Nuquí, Guaviare o Providencia. Toda propuesta a corto plazo entra en pausa. Primero mi salud. Aún así, me da susto. Quizá me he llenado la cabeza de ideas y proyectos para no pensar en mi salud. Y cuando pienso en ella, lo hago cínicamente. Paciencia y cuidado de mí, me digo.

Estos días también he estado leyendo un libro precioso sobre conocimiento científico, conocimiento indígena y las enseñanzas de las plantas. Palabras como «mensaje de gratitud», «democracia del bosque» (o algo similar), «reciprocidad», «escuchar a las plantas» o «sabiduría de los arces» retumban en mi cabeza cuando pienso en ese libro llamado «Una trenza de hierba sagrada», escrito por la botánica indígena de los Estados Unidos, Robin Wall Kimmerer.

No soy indígena, no tengo ese mismo nivel de conexión con las plantas y con el territorio, pero a mi manera sí tengo esa conexión. De ahí quizá surja ese anhelo constante de volver a Cali. De hacer mi cotidianidad entre sus calles, árboles y ventarrones. Extraño sus samanes, almendros y mangos. Extraño sus guayacanes y gualanday florecidos. Extraño sus ríos. Paradójicamente, la mayoría de plantas del hogar de dos están enfermas. A las suculentas les dio un hongo y una de ellas se secó. El ají, el perejil y el semillero tienen una plaga en la tierra que no se va. La albahaca morada se secó. La albahaca verde tiene un tipo de zancudo que no tenía. Y como si no fuera suficiente, a la pobre albahaca verde le quemé las hojas, al igual que al oreganón -qué estaba sano-, con un remedio para tratar el hongo de las suculentas. Mis plantas no están sanas. Reflejan muy bien cómo he estado yo estos primeros meses del año. Me duele verlas así, como me duele verme tan a la deriva, y tan dependiente de decisiones que me superan.

En este momento de la vida las plantas que me rodean me invitan a observar con detenimiento lo que ocurre en mi contexto cercano para definir el paso siguiente más adecuado y a vivir muchas pausas. Pausa para preparar el baño de la planta del día, para tomarme el jarabe natural o para revisar si el remedio está sanando el hongo. Pausas de verdad trascendentales que me permitan crear un camino más fértil, saludable y esperanzador, pero sobre todo pausas para habitar el presente, no el pasado, ni el futuro. Aquí y ahora.

Paciencia me dicen ellas. Su sabiduría es ejemplar.

Esta sábila del hogar de dos es la verdadera punkie. Crece como quiere, al ritmo que quiere y siempre se hace sentir. Se ha salvado de cualquier enfermedad. Así de fuerte es. Así me quisiera sentir.

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